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" A MI ME TOCÓ ESTA MAMÁ "


Por Catalina Arcila, psicóloga, gestora y facilitadora de Escuela de Evolución


A uno le toca, la mamá que le toca, porque además es uno el que la escoge, y porque a pesar de no entenderlo, ni aceptarlo, la mamá que tengamos es la que necesitamos para hacer los aprendizajes que vinimos a hacer en esta vida.

Las mujeres de mi generación tuvimos el privilegio de tener muy buenas mamás, las que nos tocaron, que sin ser perfectas eran las madres que correspondían con su época y así fue como nos criaron con los paradigmas y normas de la época, así fue la mamá que a mí me tocó.

Muchas personas creen en el mito de la madre y el padre ideal que cría hijos felices, bien adaptados y sin problemas. En realidad, no existe una madre perfecta o un hijo perfecto. Mi mamá no fue perfecta, pero nadie lo es. Yo tampoco he tratado de ser perfecta ni quiero quedarme atrapada en frases como "yo no voy a cometer los mismos errores que cometió mi mamá".

Lo que se considera una buena madre varía según la época, la sociedad, la religión y la ideología. Pero en todos los casos, el objetivo es que la madre pueda ofrecer a los hijos aquello que necesitan para desarrollarse plenamente, por lo menos hasta que se convierten en adultos.

Si bien el cariño fue el pilar fundamental de nuestras mamás, también el equilibrio fue muy importante, ya que esto impidió que se cometieran excesos (por ejemplo, al protegernos o consentirnos excesivamente). Las funciones de nuestras mamás se modificaron cuando nosotros nos hicimos adultos, pero eso no significa que dejaron de ser importantes.

La mamá que a mí me tocó era “parada en su punto”, siempre decía “eso fue lo que usted eligió, mire a ver qué hace”, como quien dice: acá estoy, pero usted ya es la responsable de su vida.

En cualquier momento del desarrollo de nuestras vidas, pueden surgir desacuerdos. Cuando éramos pequeños y debíamos obedecer, mi mamá siempre sostuvo su posición sin retroceder ante las quejas. Cuando fuimos mayores y ya tomamos, mis hermanos y yo, nuestras propias decisiones, la paciencia ayudó a aceptar este cambio.

Los límites que mi mamá impuso fueron muy claros, variaron con la edad, pero también, con cada uno de nosotros, en particular. No todos, los hermanos, necesitábamos, los mismos límites. Estos se determinaron teniendo en cuenta la seguridad, la posibilidad de potenciar las capacidades de desarrollo y también el bienestar familiar.

Con el tiempo, yo entendí, con mucho esfuerzo y trabajo personal, que mi mamá no era perfecta, y esto me ayudó a ser más comprensiva.

También aprendí, en mi propia historia como madre, que no es necesario mostrarse como un ser infalible para conservar el respeto de los hijos. Por el contrario, admitir los errores y ofrecer disculpas es una forma de fomentar el diálogo, la confianza y el respeto.

Los hábitos cotidianos nos enseñan mucho más que los largos discursos. La mamá que a mí me tocó pudo transmitir sus principios y valores en las situaciones de todos los días, promoviendo tanto valores (por ejemplo el respeto o la constancia) como determinadas creencias (la religiosidad, su propia fe).

La mamá que a mí me tocó no era de las que "viven para sus hijos”, porque ella sabía, conscientemente o no, que eso nos ponía a nosotros mismos en una posición muy vulnerable, ante una posible decepción, frustración y resentimiento.

Finalmente, la mamá que a mí me tocó, sabía exactamente qué quería para ella, y eso no lo negocio jamás, se ponía como prioridad y tenía claro su papel, su destino y sus funciones, eso me enseñó que no puedes amar jamás a ninguno, si no te amas a ti mismo, eso fue lo que aprendí de mi mamá, de la mamá a que a mí me tocó. La mejor mamá para mi evolución.

Un abrazo de luz

Catica


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